Editorial

No hay cárceles en Groenlandia

Johanni Larjanko
Redactor jefe

 

 

 

 

 

Hace poco asistí a una interesante conferencia en la que el antropólogo Chris Stringer se refirió a los orígenes de la humanidad, explicando cómo todos provenimos de África y por qué somos los únicos homínidos sobrevivientes. Al especular sobre las razones por las que el Homo sapiens sobrevivió y no así el hombre de Neandertal, el Homo erectus, el Homo heidelbergensis y el Homo floresiensis, señaló algo sorprendente: una de las razones por las que sobrevivimos podría radicar en nuestras habilidades sociales. Hasta donde se sabe, el Homo sapiens siempre ha sido un ser muy sociable, lo cual ha supuesto una ventaja ya que el grupo adquiere un mayor grado de fortaleza y resiliencia que el individuo. “¡Caramba!”, pensé, “tal vez cuando la comunidad llegó a compartir sus experiencias, logró sobrevivir”. Si este principio era válido entonces, también lo es en la actualidad, y quizás ya se encuentre incorporado en nuestros genes. La completa línea de pensamiento de Stringer ha sido recogida en el libro Lone Survivors – How We Came to Be the Only Humans on Earth (“Únicos sobrevivientes: cómo llegamos a transformarnos en la única especie humana sobre la Tierra”).

Ahora bien, si somos esencialmente parte de un grupo, ¿de qué manera influye ese factor en cómo, dónde y por qué aprendemos? ¿Aprendemos a mejorar nuestra vida o aprendemos a aumentar el grado de resistencia colectiva de nuestra comunidad?

En este número de nuestra revista analizamos distintos tipos de comunidades de aprendizaje en el mundo. El aprendizaje comunitario es el pilar de gran parte de la educación de adultos. Como señala Alfonso Torres en la página 4, los educadores de adultos a veces emplean el término “la comunidad” como una suerte de eslogan. Ya saben, algo bastante parecido a lo que ocurre con el concepto de “aprendizaje a lo largo de la vida”, que ha comenzado a perder su significado debido a su uso excesivo. Nuestra intención era profundizar en el tema, yendo más allá de las frases atrayentes. Fue así como de inmediato nos preguntamos cuáles son los tipos de comunidades, y nos encontramos con una gran variedad, incluidas las comunidades aborígenes, de migrantes, rurales, urbanas, virtuales, de refugiados, sexuales, profesionales, orientadas a la acción y basadas en una causa, todas ellas involucradas en el aprendizaje de adultos. Puesto que mientras más buscábamos, más encontrábamos, nos vimos obligados a realizar una selección para así permitirles a los lectores degustar los distintos sabores que adquiere el aprendizaje comunitario en otros lugares.

Los límites que separan a dichas comunidades son, por cierto, imprecisos, ya que por lo general pertenecemos a diversos grupos simultáneamente. La tarea de identificar las brechas y las similitudes entre ellas se transformó en una de las experiencias más fascinantes del proceso de elaboración de esta edición. El hecho de recorrer el mundo en busca de conceptos de aprendizaje se convirtió en una travesía muy interesante. El hilo conductor en todos nuestros testimonios es la capacidad que tenemos para adaptarnos, y nuestra inagotable sed de aprender. En cuanto especie humana no somos únicamente seres sociables, sino además muy curiosos.

Yo solía creer que somos personas esencialmente solitarias, incluso si vivimos en grupos. Pero ahora percibo la realidad de manera distinta. Ser apreciados por los demás y ser aceptados; sentir que estamos compartiendo un momento con alguien más. Tal vez ahí radica la esencia de nuestra condición de seres humanos.

Es cierto que no existen cárceles en Groenlandia, pues allí se impone un castigo mucho más severo. Cuando algún miembro del tradicional pueblo de los inuit comete un delito, simplemente le marginan de la comunidad. La naturaleza se encarga del resto.

 

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